La medicina de ayer y hoy: una historia que me marcó

Cuando era chico, a los médicos los veía diferentes.
No solo curaban, sino que también estaban ahí acompañando para cuando los necesitabas.

En donde crecí, podías encontrar a tu doctor hasta los fines de semana.
Y si lo llamabas, no solo respondía, sino que también aparecía en tu puerta con su maletín.

Una vez, cuando tenía cerca de 8 años, acompañé a mi papá, que también es médico, a visitar a un paciente a su casa.
El hombre no podía pagar, pero necesitaba ayuda.
Mi papá no dudó en ir, y yo fui con él.

Llegamos a una casa modesta, y el paciente nos recibió con una cara de agradecimiento tan pura que nunca la olvidé.
Mi papá lo asistió.
Y Cuando nos íbamos, el hombre salió y le regaló una canasta con huevos.
No era dinero, pero en ese momento, ese gesto de gratitud valía mucho más.


Esa experiencia se me quedó grabada. Fue en ese momento que supe que quería ser médico.
No por los títulos o el prestigio, sino por la conexión humana. Por la capacidad de hacer una diferencia real en la vida de alguien.
incluso sin esperar nada a cambio.


Hoy, como médico, llevo conmigo esa lección aprendida a los 8 años.
Me esfuerzo por brindar a mis pacientes no solo tratamiento, sino también tiempo, empatía y dedicación.
Creo firmemente en una medicina cercana, accesible y humana, donde cada paciente es una persona con una historia, y no solo un caso clínico.

Así es como quiero diferenciar mi práctica. No solo como un profesional de la salud, sino como alguien que realmente se preocupa por sus pacientes, tal como lo hizo ese día mi padre.


Porque al final del día, la verdadera medicina se trata de personas ayudando a personas.